Que sirva

por Martín Pellegrinet  Se veía venir. Era sólo cuestión de ver el cómo y el por qué, pero la decisión iba a ser drástica. Quizá como nunca ante un acto similar. El descontarle dos puntos a Peñarol a partir de los incidentes originados por una parte de su parcialidad luego de perder la final de […]

por Martín Pellegrinet 

Se veía venir. Era sólo cuestión de ver el cómo y el por qué, pero la decisión iba a ser drástica. Quizá como nunca ante un acto similar. El descontarle dos puntos a Peñarol a partir de los incidentes originados por una parte de su parcialidad luego de perder la final de la Copa Argentina el pasado domingo en Monte Hermoso, marca un punto de inflexión en la historia de las penas que ha dispuesto el Tribunal de la Asociación de Clubes. Y es un precedente muy pesado de cara a un futuro cercano.


Mucho se ha hablado, debatido, explicado, defendido, teorizado y magnificado luego del deleznable hecho ocurrido. Pero pocos han sabido hacer el necesario mea culpa y lavar las ropas hacia adentro. ¿Alguien cree que haya sólo un culpable de llegar a semejante final?

Siempre es bueno contextualizar para llegar a respuestas acorde a las preguntas que se generan.

Argentina es un país en el que se ha perdido el respeto. En muchos ámbitos, a pesar de lo que se diga o se quiera demostrar, reina la anarquía.

No paraliza ver cómo los “hinchas” entran a los campos de juego (¡sí, el deporte es un juego!), a apropiarse de lo ajeno. Inclusive se lo toma como algo gracioso o de color desde algunos sectores.

Mucho menos escandaliza ver la inoperatividad de los fastuosos operativos policiales que se montan ante estos espectáculos. La policía, muchas veces, es un espectador de lujo. A la hora de las respuestas, nunca habrá falencias propias. ¿Quién nos cuida si no la policía?

Situados allí, es atendible escuchar las explicaciones (o excusas, para los más duros), de los dirigentes de los distintos equipos con convocatoria (más precisamente, barras bravas), que esgrimen que se sienten solos en la lucha contra los violentos, que a ellos nadie los ampara a la hora de los ataques de parte de estos grupos de choque, y que patatín y que patatán. ¿Por qué no creerle a un dirigente que realiza un trabajo ad honorem en pos de un bien común, social, que sólo lo hace por un sentimiento genuino hacia una institución y que encima tiene que soportar la convivencia con estos energúmenos? ¿O alguien piensa sensatamente que ellos están a gusto con esta gente enquistada en sus clubes?

Por su parte, también es lógica la reacción durísima del tribunal. El tema en cuestión tomó trascendencia nacional, todos esperaban una pena ejemplar, Peñarol es un equipo reincidente y además quitándole puntos ahora no pone en tela de juicio su clasificación de cara al futuro. ¿Tendrá el tribunal la misma severidad para hechos similares cuando transcurra la competencia y se pongan en riesgo posiciones o, inclusive, hasta la permanencia en la categoría?

El verdadero hincha de Peñarol (y el verdadero hincha en general), el que paga su entrada, el que da todo a cambio de nada, seguro estará dolido y con mucha bronca hacia unos pocos que se sitúan a escasos metros de ellos en las tribunas. Pero es bueno aclarar que en otras ocasiones, cuando también se violan las reglas (bajando hacia sectores no designados en otras veces, por ejemplo), los han vivado y vanagloriado adjudicándoles casi en exclusividad remontadas de partidos u otro tipo de hazañas. ¿Para esto los queremos y para lo otro no? Pagarán justos y pecadores.

También se ha leído, visto y escuchado mucho sobre qué se debe hacer. Si la receta es tan sencilla, ¿por qué no proponer a la luz de la solución y no el ensañamiento?

La pena es un hecho y Peñarol deberá pagar. Que sirva.