Puerto Rico: Día cero

El viaje a La isla del encanto, así llaman los Boricuas a Puerto Rico, fue un tanto extenso y agotador. Luego de un poco más que 26 horas, desde que salí de mi casa hasta la llegada al hotel El Canario de la laguna, previa escala en Washington DC, pude comprobar que realmente hacía calor, […]


El viaje a La isla del encanto, así llaman los Boricuas a Puerto Rico, fue un tanto extenso y agotador. Luego de un poco más que 26 horas, desde que salí de mi casa hasta la llegada al hotel El Canario de la laguna, previa escala en Washington DC, pude comprobar que realmente hacía calor, y mucho, en estas tierras.

Partí pasadas las 12 del mediodía en bus directo a Ezeiza, el viaje bastante tranquilo. Butácas cómodas y mullidas, pero igual no pude pegar ni un ojo. A mitad de camino paramos a comer algo. El chofer, muy parecido a Roberto Mouzo (ex jugador de Boca Juniors de fines de los 70 y mitad de los 80), dijo: «bajamos 30 minutos». Yo le hice caso y me compré algo rápido, un sandwich de milanesa, lo quería con jamón y queso, pero sólo tenían jamón. En 15 minutos estaba listo, pero al final retomamos el viaje 50 minutos desde que nos detuvimos.

La llegada al aeropuerto se produjo a la hora estipulada, hice el check in en la compañia aérea y me dirigí a declarar los equipos fotográficos. Había dos filas, en una atendía una chica y en la otra un viejo con anteojos. Menos mal que no elegí a anteojito, el pobre no veía los números de serie de los elementos y le preguntaba a cada rato a su compañera que, de mala gana, se los cantaba.

Más tarde me encontré con el colega de Gualeguaychú, Daniel Serorena, quien iba a ser mi compañero de pieza en destino. Tomamos, una gaseosa yo, y un agua él, charlamos un rato y nos decidimos a embarcar. Él salía a las 20.30 vía Miami, yo a las 21.05 con escala en Washington DC.

Ya en vuelo, me di cuenta que me sería difícil dormir, los asientos estaban un poco juntos y era muy complicado acomodarse para descansar. Sirvieron una cena liviana, o al menos eso me pareció a mí, donde tenía las dos típicas opciones: chicken or beef?. ¡Obviamente elegí beef! Si me falta la carne se puede complicar…

Pasadas las 10 horas en el aire, de un vuelo tranquilo y con pocas turbulencias, el piloto avisó que estábamos próximos a aterrizar en el aeropuerto internacional de Washington Dulles a las 6.50, hora local. Conmigo llevaba sólo mi mochila con la máquina de fotos, sus lentes, flash y demás accesorios y mi notebook. Estaba bastante complicado con el tiempo, ya que, al pisar suelo estadounidense debía hacer migraciones, retirar mi valija que había despachado en Argentina, redespacharla y hacer aduana. Todo eso en menos de 60 minutos, si quería llegar a tomar mi vuelo a San Juan.

Por suerte pude hacer todo en casi media hora, y eso que en la aduana te revisan todo, hasta las zapatillas me hicieron sacar. Tras el minucioso control, debí caminar unos 400 metros, si no me fallaron mis cálculos, para llegar a la puerta D2, de donde salía mi vuelo.

3.25 horas más de vuelo, ¿qué le hace una lancha más al Tigre?, dirían algunos, y aterricé en el aeropuerto de la capital boricua. Retiré mi valija de la cinta y salí en busca de un taxi. El chofer era un cubano, Israel de nombre, que había llegado a la isla en 1982. Lo primero que me preguntó fue por el conflicto entre la AFA y TSC y luego por la gripe porcina. En unos 15 minutos me dejó en la puerta del hotel, me registré y subí a la habitación, donde ya me esperaba el entrerriano.

El cambio fue brusco, el pasillo era un horno, la habitación un freezer, el aire acondicionado estaba a full, el calor realmente es agobiante. Desempaqué algunas pocas cosas y saqué mi notebook para chequear si andaba bien el WIFI en la habitación, condición principal que le puse a Linda, la encargada del hotel, para cerrar trato. Los extranjeros en nuestra Liga dicen: «no money, no play», yo le dije: «no WIFI, no stay».

Con el estómago reclamando combustible, bajamos al lobby para abonarle a Rafael toda la estadía por adelantado y en efectivo. Nos hizo un descuento, el cual nos gustó mucho, y partimos rumbo a Wendys (fast food tipo Mc Donald´s pero con hamburguesas cuadradas).

Salieron dos combos #4 large (papas y gaseosa grande), denominado BACONATOR, dos hamburguesas con queso y panceta. ¡Combinación mortal! Terminamos nuestro almuerzo y nos dirigimos hacia el hotel en donde se alojan todas las delegaciones.

No tuvimos mejor idea que ir caminando, unas 30 cuadras, quizá me quede corto, bajo el rayo del sol. El termómetro marcaba 93F, es decir, unos 34 grados centígrados. Llegamos hechos sopa. Charlamos un ratito con Paolo Quinteros y Pablo Prigioni, que andaban por el lobby del paradisíaco hotel y nos volvimos, caminando otra vez, al nuestro.

Primera parada, la ducha. Luego me vestí y nos fuimos a retirar nuestras acreditaciones al Coliseo Roberto Clemente. Ingresamos por una puerta lateral que estaba abierta y comenzamos a buscar a alguien de la organización. Nos encontramos con la hija de Elliot Castro, encargado de prensa del torneo. Nuestras acreditaciones estaban esperándonos. Tomamos unas fotos del imponente estadio, conocimos la sala de conferencias de prensa y alrededores y emprendimos el viaje de vuelta hacia el hotel.

Breve estadía en la 404 y, nuevamente a Wendys por otro combo 4. Panza llena corazón contento. A la pasada, volviendo para el hotel, levantamos un bidón de un galón de agua (3,78 litros) por un dolar en un Walgreens y a descansar.

Esta tarde, debutará la celeste y blanca, a las 19.30 hora argentina (18.30 local), ante Venezuela. Será el primer paso en este premundial, rumbo a Turquía 2010. ¡Vamos Argentina!

Marcelo Demián Schleider – enviado especial a San Juan, Puerto Rico