Era casi imposible pensar en un debut menos auspicioso. Si bien no se podía esperar que la llegada de Prigioni y los días de entrenamiento cambiaran mágicamente la cara del equipo, tampoco era probable suponer este mazazo. La realidad es que la actuación del equipo argentino ayer frente a Venezuela fue realmente pobre y preocupante a inmediato futuro.
Más allá de nombres y talentos individuales, fueron el orden, la disciplina táctica, la concentración, la intensidad, el sacrificio y la solidaridad los que llevaron el equipo a lo más alto del ranking mundial. Pues bien: ayer no se avizoró, ni remotamente, ninguna de estas virtudes.
A esta altura, y recién comenzado el torneo, se puede afirmar que la dependencia de Scola en ofensiva es endémica. El ataque es un verdadero caos, una simple continuación de lo exhibido en los partidos previos de preparación. Los rivales ya conocen bien el juego de pick and roll de la selección y se han perfeccionado en el arte de detenerlo. Sin embargo, aún no han surgido del lado argentino las respuestas a este dilema. No hay juego de pases, los jugadores consumen muchos segundos con el balón en sus manos, la selección de tiros es decididamente mala y los pobres porcentajes de cancha terminan siendo una consecuencia lógica de esta anarquía. El perímetro está peligrosamente errático y en la pintura todo parece quedar librado al uno contra uno de Scola. El aporte del resto de los internos ha sido, hasta el momento, escasísimo.
No podría aseverar si se trató de una cuestión conceptual, de actitud o de concentración (quizá haya sido una mezcla), pero lo de la defensa ayer fue sin dudas inquietante. Ya sea plantada en zona o en hombre, la Argentina permitió anotaciones desde el perímetro, desde el poste bajo, de segundas instancias y de penetración. Venezuela jugó su ofensiva con una comodidad llamativa. Mejor ni hablar del balance defensivo: cada pérdida del conjunto nacional –y fueron muchas– se tradujo en una anotación rápida del oponente. Los jugadores argentinos se miraban, impotentes, ante estos goles fáciles. El tema de las pelotas perdidas habla también de un problema de confianza, ya que muchas podrían calificarse de infantiles, pases a las manos del rival o caminadas insólitas.
Venezuela pasó por arriba a Argentina en todos los aspectos del juego, inclusive en actitud. Las esperanzas no están por tierra: el equipo nacional ha demostrado, en más de una ocasión, un tremendo amor propio, capaz de revertir situaciones harto complicadas. Mañana, frente a Brasil, será una gran oportunidad para que ese orgullo salga nuevamente a la luz. Pero, por favor, que también se acuerden de jugar.
Emilio Trionfetti – Especial para InfoLiga