Sergio Hernández, director técnico de Peñarol de Mar del Plata, reconoció enfocar la mentalidad de los jugadores a la hora de armar el plantel que desde mañana peleará para ganar la Liga Nacional de Básquetbol, después de 16 años de su único título.
Atenas lo urge. «Bueno, terminamos muchachos. Hasta acá nos preparábamos para enfrentar a un fantasma. Pero ahora ya conocemos al rival y esta primera práctica es muy importante», se despide antes de comenzar el entrenamiento de anoche. Pero Sergio Hernández, el entrenador de Peñarol, se hizo un rato antes para repasar muchos aspectos de una campaña histórica del equipo marplatense. Ya tremendamente exitosa, pese a que todavía falta la lucha -y no será fácil- por el gran objetivo de la temporada. Para él, la clave fue sencilla. «Se armó un equipo con una mentalidad tremenda, que, para colmo, no tiene miedo a perder», dijo.
¿Qué trajo a Peñarol hasta acá? ¿Dentro de la sumatoria de factores que lo hizo un equipo ganador, cuál elegís?
El otro día fui a comer a lo del Gato Mignini. Como de primera y me divierto mucho ahí. Estaba Victorio Casa, el ex jugador de San Lorenzo, que es muy amigo suyo. Yo había cruzado hasta ahí un par de palabras con él. Me saluda y me dice: «Lo quiero felicitar. La verdad es que el gran secreto suyo es la elección de los jugadores». Y me habló del profesionalismo, del compromiso, etc. «Yo que jugué tanto tiempo me di cuenta de eso. Para los entrenadores la mitad o más del trabajo está hecha en el momento de elegir los jugadores. Después, ¿cuánto más puede hacer?», me dijo. Y es verdad lo que Victorio dice. El gran éxito de Peñarol, no mío, fue la elección del personal. Gutiérrez hace ganar a todos e hicieron el esfuerzo para traerlo. Yo dije que Martín Leiva era un ganador y vino. No todos compartían, pero respetaron mi opinión. Entonces, se armó un equipo con una mentalidad tremenda, que, para colmo, no tiene miedo a perder. Lo peor que te puede pasar es enfrentar a alguien que no tiene miedo a perder. Es como si te peleás con alguien que no le tiene miedo a la muerte. Abandonás, o te mata o lo matás. Mis jugadores saben que acá hay un 50% para ganar y un 50% para perder. Y lo asumen. Ninguno de mis jugadores juega con el temor de perder. Ninguno está pensando en qué pasa si perdemos la final siendo candidatos. Saben que se puede perder, que está dentro de las posibilidades. Por eso son más peligrosos. Una elección de jugadores en función de la mentalidad es la base de todo. Y un poco la visión de si pueden jugar bien juntos o no. Haber traído sociedades que dieron resultado, como Leiva y Gutiérrez, por ejemplo.
¿La chance de traer a Leiva surgió de casualidad o vos lo habías marcado como prioridad?
Yo pensé que se iba a quedar en Europa. Y un día me llama mi agente a Puerto Rico, mientras estábamos allí con la Selección jugando el Premundial, y me dice que Leiva iba a entrar al mercado. Ahí puse fichas para que lo contrataran. Yo ni lo dudé. Sí dudaba si Peñarol lo podía traer o no porque ya tenía un contrato alto: el de Gutiérrez. Pero Martín sabía que tenía que volver a entrar a la Liga Nacional y aceptar un contrato menor del que podía ganar. Yo lo dirigí en Boca dos años. Tenía muchos jugadores. Pero el que no me podía faltar era él. Le daba el cuerpo al equipo…
¿Hoy es lo mismo?
Es muy importante. Pero no porque sea mejor que otro. Por ejemplo, Reinick. Si no porque el equipo tiene organizadas las reglas defensivas en función de contar con un jugador intimidante como él. Nosotros no hacemos las mismas defensas que otros. No necesitamos doblar el poste bajo porque Leiva y Gutiérrez son dos defensores tremendos del uno contra uno. Si permitimos un rompimiento en primera línea, después hay que tirar encima de Leiva. Cuando el no está, el «Colo» hace otro tipo de trabajo. Muchas veces defendemos de una manera cuando está él y de otra cuando no lo tenemos. La mejor manera de defender de un equipo es la primaria. Y la primaria es con Martín en la cancha. Te ponés un poco dependiente de él y cuando se pone en faltas lo sentimos.
¿Qué mirás de un jugador a la hora de armar el equipo? ¿Virtudes técnicas o la mentalidad?
Me fijo mucho en la mentalidad. Aunque antes miraba otras cosas. El domingo a la noche cruzaron a Milanesio con Gutiérrez en el programa de Leo Montero en La Red. Y le preguntaron a Marcelo sobre Leo. Y dijo: «Es mucho más de lo que vemos. De los triples, de las bandejas, de la defensa. El transmite permanentemente positivismo, optimismo, predica con el ejemplo». Es así. Es capaz de tirarse de cabeza ganando por veinte. Lleva adelante a los equipos, los tranforma en mejores. Milanesio era así. Cuando lo tenías que enfrentar, la noche anterior no dormías. Sabías que no había forma de intimidarlo. Y a él no le importaba qué partido era, cuál era el rival, qué instancia. Era insoportable, quería ganar todo el tiempo. Leo es igual que él. Campana también era así. Una vez, cuando dirigía a Estudiantes, en un play-offs, le ganamos un partido por diecisiete puntos en Olavarría. Nos poníamos 1-2. Yo siempre tuve buena relación con los dos. Habíamos charlado muy amablemente. Al día siguiente de ese partido, había que entrenar para jugar el cuarto partido. Cuando les vi la cara en esa práctica, ya no se reían. Saludaron con frialdad. Los dos juntos hablaban todo el tiempo, señalaban la cancha. Me dije para mis adentros: «Estamos al horno». En el tercer partido, les habían gritado cosas, ellos habían contestado. En el cuarto, por más que les gritaron, ni miraron a la gente. Por supuesto, ganó Atenas. Leo es lo mismo. Cuando vos unís esos aspectos, con talento, técnica y condiciones atléticas, tenés un Ginóbili y Scola. Por eso juegan dónde juegan y ganan lo que ganan.
El incidente entre Leiva y
Lamonte y «la cuestión Legaria»
Mucho se dijo que el equipo tomó el envión ganador definitivo después del manejo que hiciste del incidente entre Leiva y Lamonte en Comodoro Rivadavia. ¿Fue tan así?
Alrededor de estas cosas siempre se crean algunos mitos. Si vas para abajo, se dice que esa circunstancia te hundió. Si vas para arriba, que te levantó. A mí no me gusta estar encima de los jugadores, no gastó energías peleándome con ellos por cosas insignificantes. Pero mis jugadores saben que hay un punto significativo, yo no tengo dramas en separar del plantel al jugador que sea, en el momento que sea. Ellos lo saben.
¿Volverías a hacerlo en esta serie final, por ejemplo?
Sí. Jugando la final con Estudiantes frente a Atenas, separé del plantel a Eubanks. Y nadie se enteró. Me vinieron a pedir por él los dirigentes, los compañeros. El mismo vino a hablar conmigo varias veces. Hasta que al final, lo mandé a la cancha. Pero yo estaba convencido que no jugaba más. En ese sentido, yo soy como la mujer que no te controla. No te vigila, pero sí te encuentra algo, guarda. La que te controla todo el tiempo, cuando te encuentra algo, grita algo y después sigue todo igual. Pero el jugador sabe las reglas porque yo las pongo claras de entradas. La voz es la mía para determinadas cosas. Hay libertad de expresión si saben reconocer los momentos. Lamonte no sabía mucho del tema porque era su segundo partido en el país, pero Martín sí me conoce.
¿Qué dijeron los dirigentes?
Todo dependía de lo que yo dijera. Ellos no opinaron porque no tenían ni idea de lo que había pasado. Yo les pasé el informe en el mismo colectivo de regreso. Si yo echo a un jugador de la práctica, el dirigente ni se entera. No paso informes todos los días. Domingo habré tenido dos informes míos en tres años. Ellos saben como yo me manejo. Si hay un incidente y yo no los llamo, ellos tienen claro que lo voy a resolver yo. Salvo que el equipo haya protagonizado un papelón. No fue tan importante. Lo que vio la gente fue una discusión en el banco y se hace evidente porque yo decido no volver a poner a los jugadores en la cancha. Como pasa mil veces. No sé si hubo un antes y un después. Creo que fue un episodio aislado entre dos jugadores calientes. Que marcaron cada uno su territorio porque, entre otras cosas, no se conocían. Y que hoy son muy unidos.
A lo mejor no es así, pero da la sensación de que la falta de oportunidades para Legaria no se debió sólo a cuestiones físicas, más allá del extraordinario torneo de Campazzo…
Inicialmente, sí fue así. El no se terminaba de poner a punto y el equipo jugaba muy al límite en lo físico. No somos de presionar en toda la cancha, pero sí somos muy intensos en defensa y nos gusta correr el contraataque. En ese sentido, estaba un paso atrás, venía de un año de inactividad. Cuando se estaba poniendo bien, tuvo una molestia y Campazzo toma un protagonismo que no esperábamos. Si lo hubiéramos previsto, no hubiéramos traído otro base más o hubiéramos traído un jugador más joven para el proyecto a futuro. Ahora que Legaria está bien, que no tiene ningún impedimento, que viene de cuarenta días muy buenos de entrenamiento, tiene encima a Campazzo. Pero seguro que si lo tirás a la cancha, va a dar un dolor de cabeza porque es un tremendo jugador y también tiene una buena mentalidad. Yo lo enfrenté con Boca en aquella final con Ben Hur y no lo pudimos sacar en ningún momento de partido y puedo asegurar que lo intentamos todo. Pasa que estuvo mucho tiempo inactivo y lo pagó. Y que Tato es el símbolo del club y que Campazzo se salió del molde normal de un chico tan joven. Eso, obviamente, le sacó energías, lo deprimió un poco, porque es un jugador que le gusta jugar.
«No me interesa dónde
nacieron los jugadores»
¿Nunca asumiste como un riesgo haber jugado con un sólo extranjero?
A mí no me interesa dónde nacieron los jugadores. Si en Estados Unidos, en Argentina, en Polonia. Un amigo me decía: «Todos tienen tres negros y vos tenés uno». Y yo le respondía que veníamos de jugar varias veces en Puerto Rico doce blancos contra doce negros y ganamos la mayoría. No hay que dejarse llevar por dónde nacieron los jugadores o de qué color son.
Tuviste extranjeros «fetiches» como Byron Wilson o McCray. ¿Hoy hay algún jugador así para vos?
No. De lo contrario, lo tendría. No se me hubiese escapado por nada. Menos en Peñarol…
Habías declarado antes de comenzar la temporada que querías que siga David Jackson…
Sí. Pero si no peleé tanto fue porque no lo llegué a considerar como en su momento a Byron Wilson. Muchos quisieron tener la misma ascendencia que él porque corrían más o saltaban más. Byron tenía la mentalidad de cualquier jugador de la Generación Dorada. Mejoraba un equipo con su sóla presencia. McCray lo mismo. Yo, en un momento, llevaba once títulos y diez con McCray. Era un ganador nato y, a la vez, era un dolor de cabeza. El sí te faltaba a entrenar, era un vago de verdad. Pero muy simpático, siempre tenía una respuesta para todo. El estaba todo el día arengando a los demás y cuando caías en la cuenta sólo gritaba, las pasadas no las hacía. Lo mirabas y te decía: «Ahora me toca a mí». Y arrancaba. Era un genio. Los compañeros lo bancaban por esas cosas. Tenía la mala suerte de que lo mandaran a vivir cerca de mi casa o en el mismo departamento. Recuerdo que se asombraba de que estuviera quince años casado con la misma mujer. No lo podía creer. Yo le descubría todas. Si subían tres desconocidas en el ascensor, ya sabía a quién iban a visitar. No porque lo vigilara, sino porque vivía en el mismo lugar que yo. Además, siempre decía que tenía treinta años. Un fenómeno.
«Acá hay una coherencia»
El parangón entre Atenas y Peñarol, por la tremenda historia de los cordobeses, el equipo emblemático de la Liga Nacional, hoy no puede sostenerse. Pero Sergio Hernández reveló la aspiración de Domingo Robles en el momento de contratarlo, hace ya tres años. «Domingo me dijo que no quería ser un ‘campeón golondrina’ de la Liga, sino que quería seguir el ejemplo de Atenas. Y hoy va por los mismos pasos», sostuvo el entrenador, quien deslizó que uno de los factores que lo decidieron a quedarse un año más en Peñarol fue «la coherencia» que veía en sus dirigentes.
¿Salió el escenario ideal para una final de Liga Nacional, el duelo entre el primero y el segundo, los dos mejores estadios, el desquite de la anterior?
Es una buena final. No recuerdo cuántas veces se repitieron dos finalistas (NdR: sólo en las finales de la temporada 91/92 y 92/93, protagonizadas ambas por Atenas y GEPU), pero llegaron dos clubes con mucha historia. De más está decir que es muy difícil parecerse a Atenas en su historia. Fue 24 veces semifinalista en 27 Ligas, con nueve títulos, otras cinco finales. De ahí salieron Milanesio, Campana, Oberto, Palladino, Germán Filloy, Gastón Blasi, un montón de jugadores de nivel internacional. Pero Peñarol hizo algo inteligente: cuando yo vine acá, Domingo me dijo que no quería ser un «campeón golondrina» de la Liga, sino que quería seguir el ejemplo de Atenas. Hoy va por los mismos pasos.
¿Te sorprendió cuando llegaste esa mentalidad de los dirigentes de Peñarol?
Yo no los conocía tanto. Desde que estoy, los veo muy pujantes. Veo que derivan dinero para encarar cosas en el futuro. No venía con una idea muy formada, pero me alegra que sea así.
¿Por eso decidiste quedarte un año más?
Por varias cosas. Pero, fundamentalmente, porque acá hay una coherencia. Porque renovó parte del plantel, porque hay sueños grandes. Pero también hay respeto, hay compromiso, hay cosas que van más allá del dinero. Yo no voy a ser hipócrita. Ganó un buen dinero y me hicieron un buen contrato. Pero había otros lugares dónde podía ganar eso y más…
Acá y afuera…
Lo de afuera lo tengo un poco en stand by. Dirigiendo a la selección es muy complicado. Nadie va a ir a contratar a un técnico extranjero si no puede estar entrenando con el equipo antes del 10 de setiembre. Acá es diferente porque me conocen, porque conocen a todo mi cuerpo técnico. Un croata lo puede hacer en Croacia, un español en España y un argentino en Argentina. Dificilmente Domingo Robles decida contratar a Dusko Ivanovic si no puede venir antes del 10 de setiembre.
¿Influyó también lo personal?
Siempre. Lo primero que pongo en la balanza es el tema familiar. De todas maneras, mi familia tiene claro que si mi carrera me lleva a Grecia, yo iré a Grecia y ellos se quedarán en Olavarría.
«La de los estadios es una deuda pendiente de la Liga»
Como en la temporada anterior, la serie final de la Liga Nacional estará enmarcada por el estadio Polideportivo de esta ciudad y el Superdomo Orfeo de Córdoba. No pudieron tocar mejores escenarios. Aunque sólo por azar, porque tranquilamente pudieron tocar otros no aptos para albergar un evento de tanta trascendencia.
«El de los estadios no es un tema menor. Ojalá que sirvan de ejemplo para todos. Tengo la suerte de estar en un club que juega de local en un escenario como el Polideportivo, pero también dirigí en otros que no tenían estadios aptos para Liga Nacional. Ultimamente, tuvo suerte con Estudiantes de Olavarría y Peñarol», comentó Sergio Hernández.
¿Tendría que reglamentarse esa cuestión?
Sí, pero todos sabemos en qué país estamos y las urgencias que hay. Ese es el tema: vivimos manejándonos por las urgencias y no vemos lo importante o intrascendente. Nos podríamos excusar en eso. En algunos países los problemas de infraestructura se pueden solucionar en un año. Acá, a lo mejor, debería ser en cinco. Pero en algún momento tiene que ser. De todos modos, estamos mejor que hace algunos años, pero peor de lo que deberíamos. Acá hubo una votación en la AdC para mejorar los estadios, pero los que la impulsaban la perdieron 14 a 2. Pero tampoco podemos pretender que sean los clubes los que hagan todo el esfuerzo. Yo creo que es un tema en el que debería intervenir el Estadio nacional, provincial y municipal. El deporte, porque es entretenimiento, es un gran negocio en el mundo. Los estados, muchas veces, lo entienden así.
¿Cómo es en otros países?
Cuando yo dirigí en España, de 20 partidos, habré jugado dos en estadios que eran propiedad de los clubes. La gran mayoría son municipales. También hacen falta lugares de entrenamiento, que esos sí deberían ser privados. Acá todavía hay mucha cosa de barrio y no está mal. Nos hace diferentes. Pero también tenemos que «aggionarnos» un poco. A veces nos cargan porque no tenemos cancha. Pero Peñarol decidió jugar en un estadio que le sale mucho dinero abrirlo. La de los estadios es una deuda pendiente de la Liga. La AdC debería instrumentar un programa de reformas graduales. Y que cada uno lo encare como mejor le parezca. No se puede jugar con 45º de calor. Pero tampoco es una cuestión de temporada de juego, como dijo hace poco el «Negro» Cocha, al que quiero mucho. Si fuera así, en julio no se podría jugar en Comodoro Rivadavia porque no podrías ni agarrar la pelota. Hay vestuarios en los que no te podés bañar. ¿Los jugadores en julio se van a ir sin bañar del estadio al hotel? No es que no se pueda jugar en verano. En estas condiciones, tampoco se podría en invierno. Es una cuestión de infraestructura. Yo me alegro mucho por el presente de Peñarol. Pero no porque juega una final. Si no porque hoy está pensando en hacer un centro de entrenamiento, porque puso un gimnasio de primera en el club, con sauna, con vestuario, con duchas.
Entrevista: Diario La Capital