Peñarol-Atenas: las 5 claves del Juego 4

El cuarto juego de la Serie Final tuvo dos caras. En el primer tiempo, Atenas dominó y parecía encaminarse al triunfo: 50 puntos convertidos y una defensa férrea. Pero en la segunda mitad Peñarol dio vuelta la historia, dejó que su rival convirtiera sólo 24 unidades y se puso match point, con la posibilidad de […]


El cuarto juego de la Serie Final tuvo dos caras. En el primer tiempo, Atenas dominó y parecía encaminarse al triunfo: 50 puntos convertidos y una defensa férrea. Pero en la segunda mitad Peñarol dio vuelta la historia, dejó que su rival convirtiera sólo 24 unidades y se puso match point, con la posibilidad de festejar en su casa. La parcialidad griega, que esta vez casi colmó el Superdomo Orfeo (con la ayuda de más de 500 fanáticos milrayitas), se retiró de sus butacas de manera masiva antes del final. Aquí, las 5 claves del partido, al estilo de InfoLiga.

1) Peñarol cambió… En los últimos 20 minutos de juego, aunque con altibajos, Peñarol se pareció al del resto de la temporada. Una defensa asfixiante, concentración plena y efectividad. El equipo Milrayitas pudo cambiar a tiempo y no cejó en su convencimiento de que se llevaría el juego ni aun cuando Atenas lo hostigó con sus acostumbradas ráfagas anotadoras. Hubo modificaciones tácticas cruciales, como el corrimiento de Gutiérrez a una posición más cómoda para él y el ingreso conjunto del olímpico con Alejandro Diez para darle dinamismo y potencia al poste bajo.

2)…Atenas no. El equipo cordobés apostó a continuar con la estrategia que venía dándole réditos. Y perdió. Pudo mantener la intensidad durante 100 minutos, contando los dos partidos anteriores y la mitad del cuarto juego. Pero no tuvo en cuenta dos factores fundamentales. El primero, que el Griego es un equipo que viene demasiado diezmado, por lesiones y dos series largas de cuartos y semifinal, como para jugarse a una defensa física permanente. El segundo, que algunos de sus jugadores -muy especialmente, Locatelli- parecieron aburrirse de su rol sólo defensista y esta vez se dedicaron a anotar, descuidando en algún grado su campo.

3) La bendita rotación. Salvo Vega, quien no ingresó, el resto del banco marplatense rindió como habitualmente lo hace. Campazzo brindó un último cuarto brillante, y Diez y Reinick jugaron al tope de sus posiblidades. Los titulares también tuvieron una noche notable, en especial Mata, que está viviendo una serie memorable y pide pista para Turquía. La excepción fue LaMonte, quien jugó de manera correcta pero sin lograr abrir el aro -erró hasta los tiros de calentamiento- sino hacia el final (3/6 libres, 0/4 triples y ¡5/14 dobles!). Volvió el sello de Hernández, con su constante variación de jugadores de ataque y de defensa, que casi había desaparecido en los dos juegos previos.

4) 3 x 1. Hubo también un cambio de actitud de la gente de Peñarol, que coincidió con el bajón primero físico y luego anímico de los griegos. Si para muestra basta un botón, hay que remarcar el trío de rebotes ofensivos en la misma jugada (dos de ellos tomados por los propios lanzadores) que consiguieron los visitantes promediando el último cuarto. Ese breve pasaje fue uno de los que resumió el carácter del partido. Otro bien puede considerarse el reclamo airadísimo -y absurdo por lo irrelevante- del técnico local cuando los árbitros dieron por terminado el encuentro antes del tiempo regular, por acuerdo de los protagonistas en cancha de no presentar juego. Las acciones de Sánchez sintetizaron la impotencia de Atenas en el final del encuentro. El Huevo increpó a los referís de tan cerca y con tanta vehemencia que sería extraño que no sucedieran dos cosas: la primera, que el DT no sufriera en su contra un informe severo de las autoridades; la segunda, que alguno de los de naranja no cayera en cama, contagiado de la fortísima gripe que padecía el entrenador.

5) Sangre, sudor y lágrimas. Sin brillar, Leonardo Gutiérrez fue otra vez protagonista. Goleador del encuentro, supo esperar su momento para explotar y lo hizo, jugando adentro y afuera de la zona pintada y ordenando a sus compañeros. Calmó a su compadre Martín Leiva cuando manchó de sangre el parquet luego de un golpe de Ferrini, y bramaba por venganza. Transpiró e hizo transpirar a sus ocasionales marcadores. Y terminó llorando, un poco por el nerviosismo acumulado y otro poco por la -para él, injusta- animosidad de sus coterráneos.

Nota: T. Schleider, especial para InfoLiga.com.ar