El conjunto de Hernández arrancó enfocada, pero ni aún así logró controlar la voracidad del local, que rápidamente tomó el control 13 a 3 con defensa agresiva y contras, su clásica formula en FIBA. Con George como alternativa en el tiro externo, el liderazgo de Durant y el buen ingreso de Cousins (más un par de absurdos guiños arbitrales), los NBA se escaparon más y más hasta tomar 18 de ventaja al cierre del primer chico (32-14). En ese tramo, nuestra Selección mostró sólo pinceladas individuales: el esfuerzo de Nocioni y los buenos ingresos de Laprovittola y Acuña.
La tendencia se acentuó en el segundo chico y Estados Unidos aumentó la ventaja con su rotación y la carga constante al rebote ofensivo, que le permitió permanentemente segundas oportunidades (18 recobres en ataque contra 15 totales de Argentina). La Selección, no obstante, mostró una evolución en su juego promediando el parcial y, si bien se fue al descanso 56 a 33 abajo, al menos mostró carácter y muy valiosos minutos de Ginóbili (seis puntos).
Ya en el complemento, la novedad fue el ingreso de Carlos Delfino, quien retornó al equipo tras cuatro años (su último partido había sido ante Londres, en los Juegos Olímpicos 2012). Y con él, Argentina creció notablemente hasta redondear su mejores minutos del partido. Porque el equipo encontró frescura, pudo correr, se abrió el aro y Lapro ganó confianza. Entonces, la diferencia bajó a 18 (75-57 a falta de 2’09’’) y el cuarto terminó empatado en 24. Un triunfo dentro de la derrota.
El último cuarto estuvo completamente de más y sólo sirvió para que los locales desplegaran todo su arsenal ofensivo (Durant en llamas). Hernández sacó a los veteranos y tiró la toalla, a pesar del esfuerzo de Garino. Lo que tenía que ver, ya lo había visto. Y aunque las derrotas siempre duelen, este partido dejó pequeños aspectos positivos que en el futuro pueden tener incidencia.
Germán Beder – Prensa CABB