Era una tarde de fines de 1989 cuando, en la humilde casa que los Gutiérrez tenían en Marcos Juárez, Leo dejó la mochila y se le plantó a su madre…
-No quiero estudiar más, mami. No me gusta ni me siento cómodo en el colegio.
-Bueno, si es lo que sentís, está bien. Pero acá de vago no te quedás: buscate un trabajo.
“Norma es una buenaza, una mujer muy esforzada que tuvo que criar sola a sus dos hijos, porque su marido los abandonó…”, cuentan desde Córdoba sobre lo que es un tema tabú para el afuera de la familia. Como buena madre soltera, tuvo que cumplir ambos roles y trabajar tiempo completo como ama de casa porque el dinero alcanzaba con lo justo. A Claudia y a Leo (el menor) les inculcó que tendrían libertades, pero sólo si veía que se esforzaban, que le daban valor a las cosas… “No me fue mal en la primaria, pero no me gustaba estudiar. Además era muy tímido, me costaba conocer gente nueva. Por lo que empezar la secundaria, en otra escuela y con algunos compañeros distintos, me daba miedo. Ella no se opuso, aunque me dejó claro que no me podía quedar haciendo nada”, explica Leo, quien pocos días después ya estaba en la casa de su tío Dionisio, albañil de profesión, para pedirle trabajo como peón. Hoy, 24 años después, recuerda que la primera changa fue en la construcción de una casa de dos pisos. “Lo mío era descargar y apilar ladrillos, primero. Y luego lanzárselos a mi tío, que los esperaba en el segundo piso”, detalla. Después, con sus amigos, se dedicó a tapar los pozos ciegos que las inundaciones dejaban en Marcos Juárez. “Descargábamos la tierra de los camiones, mezclábamos la negra con la colorada y tapábamos los pozos. Los hicimos durante bastante tiempo”, relata. A Leo le gustaba tener su plata, porque sabía que a su madre no le sobraría mucho para darle… Y, a la vez, eso le permitía estar cerca de los amigos y lejos de las responsabilidades escolares.
Así fue que, desde chico, Leo aprendió a ponerse el overol. Y a querer más, a no conformarse. Por eso, cuando Julio Lamas y Víctor Daitch lo vieron y le hicieron la oferta para emigrar a Olimpia de Venado Tuerto en 1993, Gutiérrez no dudó. Habló con la madre y se fue, buscando un destino mejor, junto a su compañero Carlos Alemano. “Con mi vieja no tuvimos que pensarlo mucho. Aquel salto me dio mucha ilusión y aprendizajes. Llegué a un mundo nuevo, el del básquet profesional, y empecé a tener claro para dónde quería que fuera mi vida. Estaban Pichi (Campana), Tourn, Darrás, Scolari… Y, al verlos, me di cuenta de que yo quería ser uno de ellos”, cuenta Leo, quien de entrada tuvo a Marcelo Duffy como espejo “por su entrega, terrible salto”. Lamas rememora lo que era aquel pibe de 15 años y su incipiente determinación. “Era un chico de una familia humilde que veía al básquet como modo de vida, como su mejor opción de progreso, y se aferró fuerte a ella. En Marcos Juárez ya trabajaba, le peleaba a la vida, y esa misma actitud trasladó al básquet”, explica el DT. En aquel momento, Olimpia se estaba convirtiendo en un poderoso que, pocos años después, dejaría su huella a nivel continental y Lamas disponía premios para aquellos reclutados que alcanzaran metas. “Recuerdo que tenía desesperación por alcanzarlas y hacía lo que fuera necesario”, comenta Leo, quien logró bajar de peso, volcar la pelota y desarrollar un tiro de 4/5 metros para ganarse unos pesitos de más. Así fue que, a los 15 años, ya jugaba en la Liga, cada fin de mes le sobraba dinero y se había dado el lujo de haber llegado a la Selección de cadetes.
El sueño estaba empezando a hacerse realidad “gracias a su hambre, deseo y ganas de trabajar”, precisa Lamas, quien elige a la avasallante personalidad de Gutiérrez como uno de los motores del éxito. Aunque, como pasó a lo largo de su carrera, también eran comunes algunos desbordes. “Leo siempre tuvo la fuerte personalidad que vemos hoy y, en ese momento, la forma que había encontrado de marcar la cancha y defender lo suyo superó algunos límites…”, reconoce Julio. Lucas Victoriano llegó a Olimpia cuando Leo ya estaba y recuerda el carácter de LG, sobre todo en la casa donde vivían los reclutados. “Se le salió la cadena más de un vez y algunos recibieron un bife (se ríe). Era la forma que tenía, pero luego se arrepentía. Siempre fue muy buen compañero, con un gran corazón”, aclara el tucumano. Andrés Nocioni, otro de carácter volcánico, asegura que Leo es el mejor amigo que le dio el básquet. Pero el comienzo de la relación no fue el mejor. “Tuvimos algunos roces cuando yo arribé al club en el 96 y lo tuve que poner en su lugar (se ríe). Leo tiene ese carácter picante, como yo, pero conmigo se tuvo que controlar. Le demostré que conmigo no se jodía y desde ahí le quedó el miedo”, comenta Chapu, mitad en serio y mitad en broma. Leo larga la carcajada cuando se le cuenta lo que dijo su amigo íntimo. “No me acuerdo por qué fue la pelea. Pero creo que Chapu me molestó todo el día y a mí, que no me gusta para nada que me jodan, reaccioné y nos agarramos… Pero, desde ese día, nos hicimos más amigos, comenzamos a conocernos más y crecimos a la par”, explica Leo. Lamas tuvo que interceder en algunos incidentes, pero destaca cómo Leo encaminó su comportamiento. “Se le habló y tuvo que aprender una disciplina y una forma de funcionar aceptando la autoridad del técnico y los árbitros. Lo bueno que Leo escuchaba, siempre estuvo dispuesto a aprender y pudo resolverlo, aprendiendo qué era lo mejor”, cuenta.
Gutiérrez acepta haber tenido “episodios fuertes y feos” en su vida. Algunos con árbitros, “como aquel con el Colo Estévez y el otro con Juan Fernández”. Y también con compañeros, rivales o técnicos. A Facundo Campazzo, por caso, lo tenía de hijo en Peñarol. “Leo era muy emocional a la hora de jugar y en cada partido, cuando veía un error, te decía las cosas de forma vehemente, fuerte, pero él mismo te avisaba a principio de temporada que él era así. Además, te dabas cuenta de que lo hacía pensando en vos y el equipo, buscando la mejora. ¿Yo qué hacía? Agachaba la cabeza y escuchaba para luego intentar no repetir el error”, explica el base. Lamas fue otro abonado a las discusiones con Leo. “Recuerdo una fuerte en un minuto, cuando estábamos en Ben Hur. Fue en un televisado, un papelón… Pero era habitual, con Julio nos peleábamos seguido porque los dos somos cabrones y de largar las cosas sin medir palabras”, revela el cordobés. El técnico acepta haber tenido desacuerdos y conflictos con Leo. “Imaginate que el primero fue a los 19 años y el siguiente a los 20 en el Mundial Sub 22… Pero Leo es una persona noble, que cada cosa que hace es por el bien común. Quizá más de una vez no estuve de acuerdo con sus formas, pero siempre tuve un enorme respeto y afecto por ese deseo de buscar la victoria colectiva. Es verdad que, cuando las cosas no estaba dadas como él quería, le costaba aceptarlo, pero siempre pensando en el equipo”, explica. Nocioni sabe lo que es tener una personalidad avasallante y cree que la clave pasa por aceptarla, sabiendo que te da mucho aunque a veces te quite. Leo, como Chapu, se banca las críticas y asegura que, aunque con errores, esta forma de ser ha sido clave en el éxito. “Sé que soy impulsivo, cabrón y mal hablado, pero nunca renegué de lo que soy. Creo que también he sido leal. En la primera reunión de cada temporada les decía a mis compañeros que seguramente los iba a retar, incluso a putear, pero no de mala leche, sino buscando lo mejor para todos”, resalta.
En sus inicios, el Gutiérrez-jugador era totalmente distinto al que se convirtió en el más ganador de la historia de La Liga. “Cuando lo conocí tenía un físico imponente, muy potente. En ataque era más limitado”, describe Nocioni. “Sí, era muy atlético pero le costaban los tiros, anotaba más a partir de su potencia”, explica Victoriano. Leo asiente cuando se le consulta. “En ese momento lo mío era muy físico, tenía un gran salto y era muy defensivo“, acepta Gutiérrez. Pero, a esa altura, “ya tenía esa mentalidad de hacer cualquier cosa para mejorar y ganar”, explica Lucas. Lamas pone el énfasis en lo que vendría después. “Eso es lo que se veía en ese momento. Lo que no se podía ver es lo que iba a aprender del juego, el cual hoy conoce a la perfección”, analiza Julio. Nocioni resalta la “transformación increíble que hizo como jugador”. Leo cuenta cómo comenzó todo. “Para eso mucho tuvo que ver mi llegada a Atenas y los consejos de los más grandes, sobre todo el de Marcelo (Milanesio). Un click lo hice en mi última temporada en Olimpia, cuando fui titular y me di cuenta de que iba a poder tener un futuro con el básquet si seguía en ese camino. El otro llegó en Atenas, cuando Marcelo nos agarraba aparte a los jóvenes y nos hacía entrenar con él. A mí me motivó para que usara más el tiro de tres”, revela.
Hablamos de alguien que casi no sabía tirar y, con el tiempo, se transformó en uno de los mejores tiradores de la historia. Leo recuerda el inicio de ese cambio: fue en el 2000 durante el Argentino de San Francisco, Córdoba. “Marcelo y el Mili (Villar) se me acercaron en un entrenamiento, me dijeron que me veían mejor con el tiro de media distancia y me preguntaron por qué no daba un pasito para atrás y probaba de 3. Les hice caso y empecé a meterlos más”, comenta Gutiérrez, quien pasó de convertir 18 triples en 7 temporadas a encestar 120 en la siguiente (2000-2001). “Luego lo fui perfeccionado con rutinas de entrenamientos. Me quedaba después de hora y hacía sesiones de 100 o 200 tiros”, recuerda quien tiene el récord de triples en la historia (15) y es, desde 2014, el máximo triplero en nuestra competencia.
Esa mentalidad que lo hizo mejorar cada día fue una de las virtudes que explican la gran carrera del cordobés. Campazzo, que lo disfrutó como su mentor durante seis años, recuerda una anécdota que refleja la desesperación por ganar de Leo. “Cuando ganamos el segundo título seguido de Liga con Peñarol, en medio de los festejos en el Poli, agarró el micrófono y dijo ‘nadie ganó tres seguidos, ahora vamos por eso’. A mí se me puso la piel de gallina por que dije ‘este tipo no termina de disfrutar éste, que ya está pensando en el otro’. Así es él”, cuenta.
Y en todo es igual, reconoce Facu. “No quiere perder nunca. A nada, sea un partido, un entrenamiento, un 21 o jugando a las cartas”, describe. Lamas recuerda bien cuando se encontró con un Leo más voraz. “Fue en nuestro reencuentro, en 2004, con Ben Hur. Allí me impactó su mentalidad para ganar cada partido, en cualquier cancha, para competir en cada entrenamiento y empujar a que todos lo hicieran. No quería perder ni una competencia de tiros. Tenía una urgencia de éxito colectivo que le salía del alma y el corazón”, detalla Julio. Nocioni cree que Leo es un ganador nato, que lo trae desde la cuna. “Fijate que en los últimos años quizá ya no haya sido tan desequilibrante, pero su presencia pesó mucho en los compañeros y en los rivales. Esa imagen ganadora, esa mentalidad competitiva, hace que los respeten más que a su juego. Es admirable que hoy siga preocupado porque mejore Peñarol en vez de estar disfrutando más de los últimos tiempos del carrerón que ha hecho. Esto habla de cómo es…”, opina el Chapu.
Gutiérrez ha ganado como nadie en nuestro país. Son 10 Ligas Nacionales. ¡De 22 jugadas! Un bestial 45%. Además, lo hizo con cinco equipos distintos: Olimpia, Atenas (en etapas distintas), Ben Hur, Boca y Peñarol (el único Tri de la historia). “En los primeros títulos acompañaba y aprendía de los más grandes. En esos años traté de copiar el espíritu de los líderes, cómo ganaban y no se conformaban. Y cuando me tocó llevar adelante equipos traté de aplicar esa receta, además de inculcarle al resto cómo debíamos seguir”, explica Leo. Martín Leiva, quien formó una de las duplas más ásperas, rendidoras y ganadoras de la historia de la LNB, resalta justamente eso, cómo Leo aprendió. “El nació entre grandes jugadores y esa convivencia le permitió forjar un carácter fuerte, ganador. Yo estuve a su lado, codo a codo, y ganamos cinco Ligas. Fue un verdadero privilegio”, opina el pivote. Hubo una década, del 2004 al 2014, que parecía que si no tenías al cordobés en tu equipo no podías ser campeón. De hecho, sus conjuntos ganaron siete finales (de 10), siendo él cuatro veces MVP de esas definiciones. La pregunta, entonces, vuelve a surgir.
-¿Cómo lo hiciste? ¿Qué tenés vos que no tienen otros?
-(se ríe). No hay cosas extrañas. Primero, nunca me conformé. Y segundo, elegí bien, eso también fue clave. Quizá otros privilegiaron cosas distintas…
Cuando habla de elegir bien, ahí Leo desempolva otro argumento. Durante muchos años, pese a ser reconocido como el mejor, Gutiérrez no fue el jugador que más dinero ganó en La Liga. “Nunca me interesó ser el mejor pago, sólo me desvivía ganar títulos. Lo que más miraba, cuando llegaba una oferta, era cuáles serían mis compañeros y el entrenador. Nunca elegí por la plata”, asegura.
Lamas habla de un “instinto” que tiene el cordobés para saber qué equipos son los ideales para él. “Tuvo olfato y decisión para fichar en aquellos que pudieran ganar, poniendo lo deportivo por delante de lo económico. Leo es un experto, conoce más esta actividad de lo que muchos suponen”, opina.
Otro factor, a la par de su mentalidad y personalidad, que ha impactado a todos aquellos que han compartido equipo ha sido su liderazgo. Virtud que desarrolló con el tiempo, quizá más apoyada en lo emocional, en su corazón. “En Ben Hur se terminó de convertir en el líder y desde ahí lo fue en cada equipo en el que jugó. Recuerdo que al primer entrenamiento cayó siendo campeón olímpico (2004) y lo hizo con un bolso lleno de zapatillas que había recolectado de los chicos de la Selección. Todo para los más jóvenes y los reclutados. Así empezaba, dando… Y luego, día a día, iba exigiendo”, cuenta Lamas. Leo recuerda ese gesto, aunque asegura que era común en él. “Siempre me gustó hacerlo porque yo también estuve en ese lugar… Yo vengo de una familia muy humilde y sé lo que es no tener para comprar zapatillas. Además, cuando vos das, siempre vuelve, me decía mi vieja…”, expresa.
Mantener al grupo unido y fuerte, contra cualquier adversidad, es una máxima del ala pivote. Una idea que queda reflejada en una anécdota de la época de Ben Hur que revela Lamas. “Era fin de año y los extranjeros amenazaban con no volver de las Fiestas porque les debían dinero. Entonces hicimos una reunión de equipo para ver si los nacionales resignaban dinero para que cobraran los extranjeros. Varios no querían, pero Leo pidió la palabra y habló… Contó que en Olimpia tomaron esa decisión de no ceder, que el conjunto se desmembró y perdieron una chance grande de seguir ganando. Explicó por qué lo mejor era pagarles para que volvieran y terminar bien la temporada. Y les pidió paciencia a los nacionales… El resultado fue el título de la Sudamericana y los sueldos cobrados”, cuenta el técnico. Leo tiene presente esa historia y explica por qué prefirió esa decisión. “Sabíamos que los extranjeros nos hacían mucho mejores, que ellos nos podían hacer ganar y si eso pasaba los contratos de todos serían mejores al año siguiente. Siempre creí en eso, en ganar, aunque hubiera que aguantar. Preferí pelear de adentro y no abandonar”, resalta.
Lamas describe a Leo “como el punto de resistencia del grupo, adentro y afuera de la cancha”. Lejos del rectángulo dando consejos y adentro mostrando el camino, liderando con el ejemplo. Nadie se olvidará en Boca (ni en Ben Hur, su ex club) cuando jugó desgarrado para ganar una serie de playoffs que todo el mundo consideraba perdida para el Xeneize luego de haber sido derrotado en los dos primeros juegos en la Bombonerita. “Recuerdo que sufrí un pequeño desgarro en la previa del primer partido y decidí jugar igual. Se me agravó un poco y cuando perdimos los dos primeros tuve una reunión con el técnico, los médicos y los kinesiólogos para aclararles una cosita…”, explica Leo.
-Yo voy a jugar igual en Rafaela. Busquen la forma de ayudarme que yo me hago cargo si se agrava la lesión… Ahora no pienso a dejar al equipo. Si vamos a ser eliminados allá, yo quiero estar en la cancha, junto a mis compañeros.
Gabriel Piccato recuerda con emoción la postura de su jugador estrella. “No cualquiera hace eso y más siendo Leo Gutiérrez, alguien que ya había ganado todo y no tenía necesidad de hacerlo”, pone el coach en contexto. Así fue que, cinco días después, Leo salía a la cancha en Rafaela, con un vendaje especial en los isquiotibiales que había ideado el kinesiólogo José Ossemani. Nadie podía creerlo. Inflador anímico para sus compañeros y un shock para los rivales. “Me dolía un poco en piques cortos y desplazamientos laterales, pero pude jugar”, recuerda LG. La historia tuvo un final de película porque la última pelota, con el marcador igualado en 72, le cayó en sus manos y él, con un tiro alto, marca registrada, sentenció un triunfazo épico. Dos días después, con ese impulso ganador, Boca repitió la victoria en casa ajena para empatar la serie, que terminó definiendo en casa. “Lo mismo nos pasó con Libertad, que nos ganó los dos primeros y la dimos vuelta. Y, en la final, pese a que todos daban como ganador a Peñarol, nos impusimos y ganamos el título. Fue una temporada que nadie creía en nosotros y lo hicimos”, revive Leo. Fue cuando Peñarol entendió que debía buscarlo si quería volver a ganar…
Gutiérrez siempre resalta a Milanesio como ejemplo de líder, por haber sido mentor de muchos jóvenes. Por eso copió esa actitud y se puso bajo su ala a aquellos chicos a quienes les veía potencial y ambición. Charlas, sesiones de tiros, práctica de ejercicios, duelos de 1 vs 1, retos, consejos y hasta insultos, si eran necesarios. Lo que sea para motivar y enseñar, para potenciarlos. Leiva tiene una anécdota que refleja la confianza que busca inyectar y la empatía que trata de generar. “Cuando nos juntábamos en un asado de equipo, después de comer, hacer algunos chistes y tomar una copita, era usual que me dijera ‘yo con vos voy a la guerra con dos palitos chinos’. Así era con todos”, dice Martín. Campazzo cree que lo mejor de Leo se veía en los malos momentos. “Cuando teníamos una mala racha, nos juntaba en una habitación: hablaba y escuchaba. Pero no para buscar culpables, siempre intentando salir del mal momento”, revela Facu, a quien Leo adoptó como un hijo cuando vio el enorme potencial del base que hoy brilla en España. “Mis seis años con él fueron muy importantes en mi vida porque cada día me ayudó, me guio… Estaba en todo, en una corrección de una técnica, en un consejo fuera de la cancha… Leo tuvo mucho importancia en mi desarrollo, siempre buscó hacerme mejor. Y yo traté de escucharlo siempre, de absorber todo lo que me decía… Lo disfruté como compañero, disfruté de su liderazgo, mentalidad ganadora y competitividad. Siempre le voy a estar agradecido”, completa el otro cordobés.
Pasaron 22 temporadas y Leo es dueño de varios récords. El último, hace horas, fue jugar el partido N° 1.097 para pasar a ser el líder de la historia superando a Diego Osella. “Me da orgullo, por haberme podido mantener tantos años en un buen nivel, pero nunca me interesaron las estadísticas o las marcas de puntos o triples, o ahora la de partidos. Nada de eso me llena”, explica quien ganó 750 de los 1.097 (un 68%), además de ser el líder histórico en triples y ubicarse 2° en rebotes, 4° en tapas, 7° en robos y 8° en tiros libres. Ni siquiera lo mueve tanto que la gran mayoría lo tengan como el emblema de la historia de la Liga. “Creo que hay muchos símbolos, como Marcelo y Pichi (Campana), realmente me da vergüenza cuando lo escucho, prefiero que opinen otros…”, se saca el tema de encima. Pero, claro, el resto se juega más. “Es el emblema, la imagen de La Liga… El se bancó todo: el éxodo, las crisis, acá creció y se hizo ganador. Ganó con distintos técnicos, compañeros y equipos. Eso lo hacen los elegidos”, opina Victoriano.
Nocioni lo ubica por encima de todos. “En La Liga decís Leo y todos saben de quién hablamos. En la historia existieron grandes, como Campana y Milanesio, pero él construyó algo especial, una dinastía personal porque ganó de todas las formas posibles y en cinco equipos distintos. A cada club que fue lo hizo más grande. Por eso es el mejor de la historia”, sentencia.
Lamas va más allá y habla del lugar que ocupa Leo en la historia del básquet argentino. “Haber ganado 10 ligas, con cinco equipos distintos, puede ser un récord mundial. O está entre los más destacados”, resalta. Y, para cerrar, Chapu pide que no se olvide que “de haber tenido pasaporte comunitario, Leo podría haber jugado diez años en Europa”. El campeón olímpico no se hace drama por lo que pudo ser y no fue. “Yo estoy muy feliz y orgulloso de haber jugado casi toda mi carrera acá. La Liga me ayudó a crecer como persona y jugador”, explica quien no tiene una fecha de retiro. “Voy año a año, viendo cómo me siento física y mentalmente”, aclara.
Leo Gutiérrez es, además, parte de la Generación Dorada. Debutó en 1999, en aquel recambio obligado que debió iniciar Lamas, y llegó hasta el 2015, con colaboraciones importantes, jugara mucho o poco. “Yo creo que cada año aporté algo, sea mucho o poco. Quizá, si hablamos de números fríos, lo mejor fue lo que hice en los Juegos Olímpicos del 2008 para ganar el bronce, lo del Mundial de Turquía, en el de España creo que estuve bien, pero yo soy un convencido que, por más que juegues o no, aportás. Y yo siento que cada año he tenido la suerte de poder dar algo”, explica. Lamas considera que hay una clave para que esto sucediera. “El grupo confiaba en él porque sabía que cuando le tocara a entrar iba a estar preparado y, además, no le tiene miedo a nada ni a nadie”, asegura. Nocioni precisa el valor que tuvo su amigo en la cancha. “Algunos creen que Leo jugó poco pero no es así. En muchos torneos se lo necesitó y cumplió. Como en aquel partido por el bronce en Pekín, cuando entró y metió triples decisivos. Estamos hablando de alguien que a veces estaba 15 días sin tocar la cancha, pero lo llamaban y producía. No me voy a olvidar cuando en Las Vegas defendió a Nené, que le sacaba 10 centímetros y estaba en su mejor momento. No lo dejó pisar la pintura”, recuerda Chapu. Leo se ríe cuando se le recuerda ese duelo. “No me quedaba otra que darle algunas murras… Nené es muy grande y jugaba bien”, opina.
Fueron 16 años en los que Leo puso siempre la cara, ya fuera para jugar o para estar sentado en el banco (en especial entre el 2001 y 2006). Y fue su elogiable actitud, de no hacer nunca un problema por no entrar pese a ser una figura local, lo que se ganó el respeto de todos. “Su gran aporte fue haber sido capaz de dejar el traje de héroe que tenía en la Liga y ponerse el overol para ir a la Selección”, valora Victoriano, que fue su compañero en la Selección entre 1999 y 2004. Lamas conoce bien la dinámica del grupo y por eso opina sobre cómo Leo fue fundamental incluso sin jugar. “Internamente, a Leo siempre se le valoró que pudiera aceptar un rol menor que en la Liga, pero que a la vez, cuando le tocara entrar, pudiera jugar con la misma mentalidad, decisión y eficacia”, explica. Fabricio Oberto sabe bien lo que es relegar, lo que es hacer el trabajo sucio y pensar siempre en el otro. “Lo que hizo distinto a Leo fue esa capacidad de adaptarse al cambio de función. Estaba contento y esperando aportar aunque jugara 1 o 39 minutos. Esa fue su forma de dejar una marca de liderazgo”, considera el cordobés. Nocioni compartió cada segundo en las concentraciones y da un dato que impresiona. “Nunca lo vi quejarse. Nunca escuché una palabra negativa en contra del equipo, de un técnico y un compañero. Y mirá que no jugaba eh… Y cada año estaba. Se comía su ego y estaba ahí, firme, el primer día de concentración. Su trabajo, muchas veces, era el vestuario, en el grupo. Cuando yo me quedaba caliente o bajoneado, siempre me dio fuerzas y aconsejó para bien. A veces no se valora lo que hizo para la Selección”, opina Chapu. Solito, entonces, sale aquel apodo doloroso que le puso la hinchada de Peñarol, cuando todavía no había llegado al Milrayita. “Lo de Cebador Olímpico me dolió al principio. Luego lo entendí como parte del folclore y por suerte, más allá de las puteadas en la canchas, noto el reconocimiento de la gente”, analiza el campeón olímpico.
Victoriano jugó en Argentina y en Europa, desde el Real Madrid hasta Belgrano de Tucumán, y sabe que lo hizo Gutiérrez no es común. “Estaba en el banco, siempre atento a ver si lo necesitaban dos segundos, sin importar lo que dijeran…. Es algo para valorar mucho, hay que pensar que Leo es un líder, un ganador nato que era capaz de apartarse de las luces para aportar desde la oscuridad. No crean que es fácil, no lo hacen todos…”, pone esa actitud en contexto.
-¿Fue tan difícil eso para vos, Leo?
-Yo creo que, para estar en una Selección, hay que ubicarse, en el lugar y el momento. A mi lado tenía monstruos y sabía que jugar era muy difícil. Entonces, luego que terminaba la Liga, me preparaba para apoyar desde afuera y, a la vez, estar listo por si me necesitaban. Sabía que iba a pasar algún momento difícil, pero estaba mentalizado. Ojo, a veces flaqueé y ahí apareció Fernanda…
Fernanda es la mujer, el sostén de Gutiérrez, desde los 17 años. Una compañera de carácter tan fuerte como él que en ocasiones le cantaba las 40. “Un par de veces que volví de la Selección y le dije que era mi último torneo. No sabés, ¡me cagó a pedos! Me decía ‘vos estás en la Selección, el lugar donde miles quieren llegar, la camiseta que todos queremos defender. Ni te ocurra, andá a defender tu lugar…’. Y yo la escuchaba, se me pasaba y volvía porque, además, la pasábamos bien”, reconoce el ala pivote. Cuentan, desde la intimidad, que Leo, pese a jugar poco, era escuchado cuando hablaba. Más de los que muchos creen. “Lo importante que tuvo esta Generación Dorada es que todos éramos iguales, aunque uno fuera figura o jugara 40 minutos. Entonces, si nadie ponía su ego por delante del equipo, ¿cómo se me iba a ocurrir a mí hacerlo?”.
Quizá esa frase final resuma lo que ha sido Gutiérrez. Un tipo que nació y se construyó como un ganador. Alguien que dejó una huella imborrable en nuestro básquet.
Julián Mozo / LNB.com.ar