La última fecha de la Fase Regular se recordará por las suspicacias a las que dieron lugar dos finales polémicos. En Neuquén, la levantada inconcebible de Independiente que descendió a Belgrano. En Mar del Plata, un foul que no fue pitado y dio la victoria -y la ventaja deportiva hasta la semifinal- a Boca.
En el affaire del descenso muchas circunstancias permiten sospechar. Pero nada es lo suficientemente contundente como para abonar con firmeza una teoría conspirativa.
De un lado están:
a) el corte de energía, que fue reestablecida con los resultados relevantes ya puestos;
b) la pasividad de árbitros y comisionado técnico responsables del evento en la Caldera;
c) la acción del cuerpo técnico de Estudiantes que en la reanudación del juego puso en cancha a todos los suplentes, faltando aún 4 minutos, algo que favoreció una remontada galopante de Independiente (40 puntos en el último cuarto).
Del otro lado se cuentan:
a) la actitud del propio Richotti al disponer el reingreso de los titulares cuando el Rojo se le venía encima (los bahienses redondearon 27 tantos en el cuarto);
b) la extensión del juego a tiempo suplementario que fue decidida por el Albo (pudo haber terminado en los 40 iniciales si Pablo Gil erraba uno de sus libres);
c) la paridad en el tiempo extra, que culminó 10 a 8.
Algunos nombran la amistad legendaria de Richotti con De La Fuente. También, el pasaje del DT por Regatas de San Nicolás, eterno rival de Belgrano. Y otra cantidad de rumores que no merecen siquiera ser considerados.
Por otra parte, en Mar del Plata, Boca se jugaba nada menos que la ventaja deportiva hasta la semifinal. Si triunfaba y Regatas Corrientes caía, treparía hasta el segundo lugar. En la última pelota, el goleador quilmeño Carl Edwards entró recto por el eje de la llave, se elevó a dos metros del canasto y en el acto de lanzar fue tocado en su antebrazo por Junior Cequeira. No se oyeron silbatos, sólo la chicharra final. El tiro, que parecía sencillo más allá de lo apremiante del momento, había quedado demasiado corto. La imagen no deja mentir: fue falta.
Todo lo anterior no debería interpretarse como una crítica a la conducta de Richotti, de sus jugadores, de los árbitros o el comisionado en el Sur o de los pitos en la cancha de Once Unidos, donde Quilmes hace las veces de local. El problema es que la Liga más importante del continente (con el descuento obvio de la NBA) no tiene mecanismos para evitar estas situaciones, que empañan de manera lamentable su imagen.
Que los partidos de la última fecha comiencen a la misma hora es -y no sólo por lo que aconteció anoche- una medida preventiva ridícula. No hay sistemas para calificar a los árbitros. Los procedimientos para sus designaciones son desconocidos para el público. La suspensión temporaria o definitiva de un juego depende del criterio -a veces caprichoso, a veces justo- de las autoridades presentes.
Nada de esto pone en duda la honestidad de los involucrados. Al menos, hasta que se demuestre lo contrario. Algo que, según parece, deberá ser cristalizado en los estrados federativos (si Quilmes hace cierto el trascendido y eleva una protesta) y judiciales (en caso de que Belgrano, como afirmaran sus autoridades, interponga una acción de amparo).