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Como corolario de un cúmulo de acciones sinsentido y controvertidas, muy efectistas, para nada efectivas, se llegó al absurdo: que el próximo clásico entre Peñarol y Quilmes se juegue sólo para una mínima porción del público (los hinchas asociados de Peñarol), algo así como el 20% de un total de 5 o 6 mil personas. […]


Como corolario de un cúmulo de acciones sinsentido y controvertidas, muy efectistas, para nada efectivas, se llegó al absurdo: que el próximo clásico entre Peñarol y Quilmes se juegue sólo para una mínima porción del público (los hinchas asociados de Peñarol), algo así como el 20% de un total de 5 o 6 mil personas.

Por disposición del Comité Provincial de Seguridad Deportiva (CoProSeDe), el partido del martes 6 del corriente se desarrollará en esas condiciones.

A contrarreloj y tratando de torcer esta decisión, ambas instituciones, sobretodo Peñarol que oficiará de local, y si esto ocurre iría por segunda vez en la temporada (y de forma consecutiva), a pérdida en un clásico cuando se esperan por lo general ganancias en 150 mil pesos, están moviendo cielo y tierra. Presentaciones con abogados, demostraciones de cotejos anteriores, ejemplificaciones, explicaciones…

Pero todo empezó mucho antes.

Después de otra vez vivir la violencia en carne propia con lo ocurrido el pasado 7 de noviembre en Olavarría, nadie tomó nota de ello debidamente. Ni siquiera el propio CoProSede.

La sanción, a la luz de los resultados, fue casi un chiste: 4 y 3 puntos de descuento para Peñarol y Quilmes respectivamente y 3 mil pesos como multa. ¿Y los que causaron la violencia? Bien gracias, gozan de buena salud y siguen entrando muy tranquilos en cada presentación de sus equipos. Pan y circo.
Después de lo ocurrido en la finalización de la Copa Argentina 2007 en Monte Hermoso, parecía que algo cambiaba entre Peñarol, el CoProSeDe y la forma de administrar la seguridad. Parecía.

Algunos partidos con un alto número de efectivos policiales custodiando la nada misma y ausencia por recomendación de los vándalos de la popular parecían empezar a querer enderezar una materia pendiente en el ámbito. Pero todo fue hasta que las aguas bajaron calmas. Al poco tiempo todo volvió a la anómala normalidad.

Un año después, para el clásico de Olavarría, se tomaron todas las medidas, algo de lo que pueden jactarse las instituciones, sobretodo Peñarol, otra vez local: le pagaron a la policía bonaerense uno de los operativos más fastuosos de la historia para que esta se hiciera cargo de la logística y puesta en marcha del mega operativo, siempre monitoreado por los clubes.

El traslado, desde Mar del Plata por la ruta hasta Olavarría, fue ejemplar. Pero al llegar al Parque Guerrero ya ocurrió el primer desatino: “soltaron” a los hinchas dentro del gimnasio del Parque Guerrero, que no forjaron incidentes en la previa o durante el desarrollo del partido por obra del destino o mérito propio, ya que compartían zonas “mixtas” e inclusive los sanitarios. Una barbaridad para lo planteado en la previa y los antecedentes de público conocimiento.

La fortuna, hasta ahí, jugó a favor de Peñarol, Quilmes y la Policía. Pero finalizado el partido, con la victoria quilmeña consumada, el campo de juego fue tierra de nadie. Increíble pero real, ni siquiera un efectivo policial controló a los alrededores del parquet (algo que sí ocurre desde hace mucho en el Polideportivo Islas Malvinas cada vez que termina un clásico).

Y los violentos de siempre, más algunos nuevos que lamentablemente se van sumando, hicieron la suya.

Los hechos están demasiado frescos todavía como para caer en puntualidades.

Y a partir de aquí se generaron todo tipo de situaciones difusas, controvertidas, en las que cada co-responsable quiere despegarse del problema y trata de salvar lo suyo endilgándole culpas al otro, para llegar al absurdo de hoy.

A saber:

El comisionado técnico, que hizo un informe vergonzoso del cuadro de situación sólo mencionando algunos de los hechos sucedidos.

La policía, que cumplió un papel lamentable en la prevención.

El CoProSeDe, que después de esto estableció operativos de seguridad numerosísimos para los partidos de Peñarol y Quilmes como local, catalogándolos de alto riesgo aunque jugaran contra equipos de otra galaxia llegando al ridículo.

Los clubes, que más allá de presentar sus descargos argumentando todo lo hecho para tratar de prevenir y cumplir con todos los requerimientos de ente de la seguridad, no tuvieron iniciativa propia para sancionar a los culpables (claramente identificados), una vez los lamentables episodios ocurridos.

La AdC, que fue un espectador de lujo en la cuestión y sólo atinó a esperar la resolución de su tribunal y no fue ni es capaz, como ente madre, de proponer siquiera una reunión de partes para que dos de sus ‘hijos’ intenten encontrar alguna respuesta que ellos por sí mismos, evidentemente, no están en condiciones de dar.

¿Alguno de los arriba mencionados puede dar solución por sí solo? Sería muy difícil, cuanto menos.

Aunque todos tienen ‘la’ solución, la violencia y los violentos siguen ahí, agazapados, esperando para dar otro golpe siempre que los actores involucrados les sigan presentando un terreno propicio.

El CoProSeDe, con la medida de quitar al público de la cancha, arranca el tema de raíz al que durante tanto tiempo NINGUNO SUPO DAR RESPUESTA.

También le quita la esencia al clásico y al mejor partido que la competencia puede presentar.

Ojalá todavía se esté a tiempo de cambiar, y que no pase como en el fútbol, en el que al hincha la negligencia, corrupción y violencia lo echaron de la cancha.

No queremos eso para el básquet.

Nota: Martín Pellegrinet