Hernández: «Pensé en dejar todo»

Sergio Santos Hernández, entrenador de Peñarol y del seleccionado nacional mantuvo una larga charla con Fernando Rodríguez, periodista del diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca en la que habló sobre las vivencias de los entrenadores, y de las presiones y el desgaste que sufre llevando adelante las dos tareas. El hombre llegó al restaurante […]


Sergio Santos Hernández, entrenador de Peñarol y del seleccionado nacional mantuvo una larga charla con Fernando Rodríguez, periodista del diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca en la que habló sobre las vivencias de los entrenadores, y de las presiones y el desgaste que sufre llevando adelante las dos tareas.

El hombre llegó al restaurante y se sentó a la mesa que estaba pegada a la puerta que comunicaba al hotel. Pasaba desapercibido. Unas plantas impedían su clara individualización. Cuando hubo foco se descubrió al personaje. Se trataba de «Oveja», el técnico de Peñarol de Mar del Plata y de la selección argentina de básquetbol. Estaba solo durante el mediodía porteño. Esperaba el almuerzo.

En este contexto surgió la charla a solas y distendida con Sergio Hernández. La misma terminó con el cafecito. A partir de entonces, cualquier similitud con el programa de Mirtha Legrand es pura coincidencia.

¿Te gusta la soledad?
¡Seee…! Yo viajo solo, cuando lo hago con el equipo mi habitación es individual. Soy medio ermitaño.

¿Siempre fuiste así?
Hace unos años. Fui sumando temporadas y mañas. Una de las condiciones con los equipos que arreglo es que no comparto habitación. Me llevo 10 puntos con todo el cuerpo técnico, pero vivimos el 70 por ciento de nuestras vidas así y no quiero estar cada dos años conviviendo con una persona diferente… Es que empecé este ritmo en noviembre del ’89, ¿eh?

¿Necesitás estar solo?
Sí, me gusta. Disfruto de la ruta solo, de un hotel…

¿Estás cansado a esta altura de la temporada?
Ahora no, sí estuve muy cansado. Desde Las Vegas (se disputó el Preolímpico 2007), que fue un proceso estresante, con toda la previa, el armado del equipo, las renuncias y torneo incluido.

Pollo grillado, acompañado de una ensalada de rúcula con trozos de queso y un chablis blanco era el menú para la ocasión. «Oveja» estaba entusiasmado contando su experiencia en el Preolímpico.

«Las Vegas –comparó– es como el Disney de adultos. Y encima, jugamos la final contra Estados Unidos. Fue soñado».

Comé tranquilo, ¿eh?
-No hay problema. Te cuento. Después, llegué a Ezeiza a las dos de la tarde, me tomé un taxi a Mar del Plata, a las nueve dirigí mi primer partido con Peñarol y no paré más. Terminó la temporada, con otros torneos incluidos, y me fui a concentrar con la Selección que iba a Chile. Vi dos partidos y viajé a Buenos Aires para concentrar con el equipo de los Juegos Olímpicos.

Pequeño desafío te esperaba.
La mejor experiencia de mi vida. No sólo por la medalla de bronce. Cada vez que pienso que soy podio olímpico, no lo puedo creer, pero esto queda chiquito comparado con haber vivido un mes en la Villa Olímpica.

El contraste, para algunos, debe ser sumamente fuerte, porque no estamos hablando de un lugar cinco estrellas, como acostumbran los NBA.
Es increíble ver a jugadores que tocaron el cielo con las manos, como el caso de «Manu», transformarse nuevamente en cadete. A él le debo mucho de mi experiencia en Beijing. Me abrió los ojos antes de entrar a la Villa.

¿En qué sentido?
Me dijo: «Acá vas a vivir otra cosa». Entramos a la Villa, el edificio nuestro estaba provisto de un sistema de comunicación como ningún otro y teléfono en cada habitación con 500 minutos libres que no los terminabas nunca. Guillermo Narvarte (asistente) me dijo: «Espectacular; tenemos teléfono, internet, wi fi…». Ahí «Manu» le sugirió: «No te enganches con esto. Disfrutá la Villa y de otros deportes». Se lo dijo a Narvarte, por una cuestión de jerarquía, como para no decir «le estoy indicando al entrenador lo que tiene que hacer».

Sumamente cuidadoso.
¿Viste como es «Manu» en ese aspecto? Super respetuoso. Y no se dio cuenta que me estaba enseñando. Se lo agradecí pasado el tiempo. Realmente la experiencia olímpica es única. Vas con toda la tensión, el estrés y la responsabilidad, pero cuando entrás se te van los nervios.

Puede compararse como cuando te llamaban para la colimba, te cortaban el pelo y todos quedaban en igualdad de condiciones.
Claro, algo así. De los 10 mil atletas, 9 mil sabían que no iban a ser podio ni nada. Así y todo estaban felices, concentrados, festejaban bajar medio segundo, sumar un centímetro o estar entre los mejores 40. Un Juego Olímpico te hace volver a la esencia del deporte, a disfrutarlo como cuando uno era pibe.

El recuerdo de «Oveja» en Beijing está vivo. Y no morirá jamás. Con toda esa carga emotiva siguió desandando el camino.

«Hasta hoy –contó– no paré. Los primeros tres meses de Liga fueron durísimos».

¿Y la cabeza?
¡Me explotaba! ¿Sabés cómo estaba? Como en un maratón, cuando ves todo lo que falta y analizás abandonar.

Inclusive, hay estudios que la depresión post Juegos es una de las secuelas más frecuentes en los atletas, básicamente en los deportes individuales.
No lo sabía, pero tiene lógica. Yo empecé a aflojarme y a estar positivo hace dos meses. Estaba intolerante, molesto… Los dirigentes de Peñarol lo sabían.

Es decir, no disfrutaste la medalla de bronce.
Te diría que hasta diciembre, no disfruté nada. Ni el post Juego Olímpico ni la Liga. Estaba insoportable; ni yo me aguantaba. Mil veces pensé en dejar todo. Analizaba: «Paro acá, que lo siga otro; no puedo más; lo lamento por Peñarol». No era honesto con mi equipo. Estaba enojado con los jugadores y muchas veces sin motivos. Tenía que ver con lo fuerte de los Juegos y todo lo que arrastraba.

Y el readaptarte al nivel de cabotaje y a las diferentes competencias.
Eso no me afectó para nada. Muchos creen que después de dirigir a Ginóbili, no te motiva dirigir a otro jugador. Pero no es así. Me afectaba andar con la reserva del tanque.

¿Volviste a pasar por el surtidor?
Sí, cambié solo. Seguramente influyó la buena actuación del equipo. Parecía imposible que llegáramos arriba después de los cuatro puntos que nos sacaron y lo conseguimos. Estábamos todos contentos.

«No lo entiendo a Wolkowyski; no sé qué pasó»

Desde afuera parecía que el tema Selección estaba todo mal. ¿Sentiste en algún momento la necesidad de tirarte a la banquina?
No, pero se va a repetir.

¿Por qué?
Porque la Selección es así.

¿Es parte del combo?
Dentro de dos meses empieza la polémica por el Premundial.

Es decir, ya lo estás esperando. ¿La anterior lo imaginabas?
Nooo… Ni en p… Fueron bombas, bombas, bombas…

¿Estás más relajado?
Ya sé cómo es el juego. Cuando un jugador no puede ir a un torneo, al otro día leés que «es un pase de factura, que no quiere jugar mientras este yo» y todas esas cosas. Y yo sé que no son verdad, porque antes hablé con él.

¿Puede ser que el jugador no te confiese a vos los motivos verdaderos y sí a otros?
Puede ser. No conozco a todos personalmente. Pero si me decís, por ejemplo: «La renuncia de `Pepe’ Sánchez puede haber sido porque estabas vos de entrenador, se lo dijo a otro y a vos no», te respondo: «olvidate». Llegar a pensar que «Pepe» Sánchez va a una Selección o no según quién la dirige es…

Te daría demasiado crédito.
Seguro. Y significa no conocer a «Pepe». Si un día tiene que decir algo, va a hacerlo como cuando no fue a visitar al presidente. Pero bueno, va a ser mi quinto año en la Selección y ya no me sorprenden estas cosas. De todos modos, el menor problema lo generan los jugadores que aceptan o renuncian. Sólo hay excepciones, como el «Colorado» (Wolkowyski) que salió con su historia.

¿Cuánto te afectaron sus declaraciones?
No lo entiendo. No sé qué pasó. Es un chico con el que tuve una relación brillante.

¿Eran amigos?
Amistad es difícil, pero hasta hemos compartido los cumpleaños de nuestros hijos. Lo ayudé con la mudanza cuando se fue a Seattle…

¿Historias como esta te demuestran que no podés tener amigos verdaderos si hay interés deportivo de por medio?
No confundo los amigos.

¿Cómo hacés, máxime cuando ocupás un puesto muy atractivo, para «sumar amigos»?
Te lleva muchos años. Soy sociable, tengo buena relación con mis colegas, con los jugadores, con los periodistas, pero me han quedado muy pocos amigos. Te nombro: el «Zaino» Salecchia, Fernando Piña, «Palito» Kanevsky, todos bahienses, mis mejores amigos, pero prácticamente no tenemos contacto. Las llamadas telefónicas cada vez son más esporádicas.

¿Lo entienden? ¿Alguna vez tuviste que darle explicaciones?
La verdad que no las dí, pero debí hacerlo. Porque me fui yo, ellos siguieron haciendo su vida. Cuando voy a Bahía estoy 48 horas, tengo que dividirme entre mis viejos y la familia de mi señora y mis amigos quedan relegados.

¿El básquet te dio amigos?
¿Amigos?… Ariel Amarillo y alguno de Olavarría que no conocés. Sí tengo más cercanía con algunos jugadores, entrenadores o dirigentes que con otros. Y Wolkowyski era uno de esos casos. Siempre lo puse y lo sigo poniendo de ejemplo. Un tipo que entendía que las cosas entran por trabajo y lo sigue haciendo, por eso juega en el máximo nivel y físicamente es una bestia.

El día a día

¿Los resultados conseguidos te dan más espalda?
Acá tenés que respaldar el trabajo todos los días, no tienen nada asegurado ni los campeones olímpicos ni el campeón NBA. Aparte, a mí nunca me gustó sentirme cómodo en algo. Tengo 13 o 14 torneos ganados y, sin embargo, siento la misma necesidad que antes. Pero muchos de afuera deben pensar: «¿Qué puede importarle a este tipo si fue podio olímpico?». En cambio, para mí todos los días es empezar de nuevo.

«El entrenador es diferente al jugador»

Julio Lamas anunció que se tomará un año de descanso. ¿Vas a rearmar el cuerpo técnico de la Selección?
Julio participó de los Juegos Olímpicos, también tuvo la propuesta anteriormente, aunque no la tomó. Pero fue muy claro diciéndome que aceptaba y que si yo seguía iba a evaluar qué hacía. Por lo tanto no me extraña su decisión. Quería descansar, tiene sus temas. El entrenador es diferente al jugador, porque cuando lleva trabajando varios años consecutivos, el condicionamiento de la familia es muy grande. Ni Julio ni yo podemos movernos más con nuestras familias.

El me decía justamente eso.
Algunos te dicen: «Vos tenés que irte a Europa». Te explico: me contratan, por ejemplo, de Moscú, hay mucho dinero, bárbaro. Entonces, a mis hijos los inscribo en un colegio que se hable español y, seguro, a los tres meses están adaptados. Mi equipo pierde 10 partidos, me dicen que me vuelva y ¿qué le digo a los nenes y a mi señora? ¿Vamos a Venezuela; y después a Arabia; o a Boca? Llega un momento que debés encontrar un lugar en el mundo para que vivan ellos. Indudablemente para Julio y para mí, el básquet es muy importante, es nuestra profesión, pero no vivimos adentro de una pelota de básquet. La familia está primero. En cambio, el jugador sigue hasta una edad que, cuando mucho, tiene hijos de 8, 10 o 12 años.

«Mi viejo tenía razón»

¿En algún momento, cuando te proyectás, ponés tiempo límite para tu carrera?
Antes lo hacía. Te cuento, tenía 40 años y no aguantaba más a Boca ni a mí, nada. Estaba solo, lo llamé a mi viejo, con quien tengo muy buena relación, pero no somos de hablar mucho, y se dio un diálogo que no me olvido más:

¿Cómo andás?
Y… Acá ando; todos los días tenés que rendir examen, es una profesión inestable, no sé cuánto tiempo más voy a poder vivir sin mi familia. Estoy pensando en dedicarme a otra cosa. No sé qué hacer; poner un negocio o dirigir cinco años más y después ver.

¿Cuántos años tenés?
Cuarenta.

¿Qué imagen tenés de cada mañana, cuando yo tenía tu edad?
Mientras yo tomaba la leche para ir al colegio, vos estabas con el mate al lado de la cocina y leyendo «La Nueva Provincia».

¿Sabés qué estaba pensando yo a la mañana todos los días? Lo mismo que vos ahora. ¿Y sabés cuánto daría yo para volver a esa rutina que odiaba? La vida. Ahora tengo 70 años, soy jubilado, no tengo nada que hacer y el tiempo se me hace largo. Pensalo. Estás en la mejor edad de tu vida.
«Después de esta charla –contó Sergio– me di cuenta que mi viejo tenía razón».

Una vez más, je.
Sí, je. Lo mejor que se puede hacer es darle excelencia y la máxima calidad a lo que hacés. No están mal los objetivos o propósitos, pero a veces son peligrosos. Es como aquellos que piensan: «Yo debería estar en un club mejor o en una competencia superior». «Sí, pero estás acá, entonces, tenés que darle la mayor dedicación a esto y, si corresponde, solito vas a llegar a lo que considerás tu lugar. De lo contrario, hacés como el 80 por ciento los políticos, que llegan a puestos por coimas, por amigos, por acomodos y cuando están en el lugar son absolutamente incapaces e inoperantes». Hay que darle calidad a lo que hace uno.

Lo que lograste recién a esta altura de la temporada.
Sin dudas. No te podría haber dado esta nota hace tres meses. Te hubiese hablado mal de la Liga, quería que se jugaran dos partidos por año, je. Ahora estoy más abierto.

«¿Mozo, me trae la cuenta por favor?»…

Entrevista: Fernando Rodríguez – Diario La Nueva Provincia